Por Lionel Cia.- Columnista de Espectáculos.-
La banda británica sigue con sus 10 conciertos en el estadio de River Plate, en el marco de su gira mundial “Music of The Spheres World Tour”.
Hace una semana que atardece con la misma molestia: Coldplay. Ya no se puede hablar de otra cosa, no se puede escuchar otra cosa y no se puede ver otra cosa. Todos quieren ser parte, pero yo no. No quiero tener a Chris Martin en la ducha, mucho menos mientras paseo con el perro y tampoco al ritmo de la cocina, lavando los platos, en los diálogos de la serie que veo y, específicamente, tampoco en mi cama.
Duermo con su voz que me dice “Home, home, where I wanted to go (Casa, casa, donde quería ir)”, pero no puedo disfrutarla. Me levanto sintiendo las palabras susurradas de los fanáticos cuando gritan “She’d dreamed of para, para, paradise (Ella soñaría con paraíso)”. Ya no se aguanta más. Es excesivo e innecesario. Diez recitales y encima no son espaciados. No se atreverían, pero sí, si se atreven. Y faltan cinco todavía.
Se lo ve como un show espectacular, bien organizado, con mucha cosita por todos lados; pero ya investigué si se puede demandar a alguien por ruidos molestos. Y sí, Coldplay, te puedo demandar al 147 porque tu actividad me está dando dolor de cabeza.
Pero no lo voy a hacer, sólo voy a tomar las dos de las tres pastillas para la migraña que me recetó el neurólogo para que me pegue el efecto y poder inducir mi sueño. Porque irme de mi casa y ser parte de ese éxodo que va hacia River para vivir la experiencia de su vida no va para mí.
Al contrario, quiero pararme en la intersección entre Udaondo y Avenida del Libertador para gritarle a la banda de cuatro: “Hipócritas”. Porque dicen que una de las iniciativas de su recital es la sustentabilidad, okey… inchequeable.