¡Este si que era valiente!
Era de aquellos que hacían gala del valor en cualquier circunstancia.
Era integrante de aquel grupo de selectos, como Lavalle, Lamadrid o Necochea.
Era del grupo de los “sin miedo”, en donde el coraje era una forma de vivir.
No por algo se ganó el mote de “el mejor sableador del Ejército de los Andes”, según palabras del mismo Don José.
Había nacido un día como hoy, un 5 de julio, pero de 1794, por los pagos de Chascomús.
Fue uno de los chisperos, en el Mayo de 1810, junto a French y Beruti, ese grupo de muchachones, que en realidad jugaban un poquito más fuerte que repartir cintitas blancas y celestes.
Cuando fue más grande, no mucho, se unió a un Regimiento en formación que estaba bajo las órdenes de un ignoto Coronel de acento andaluz.
No estuvo en San Lorenzo. Pero dijo “¡Presente!” en la Campaña de Montevideo. Estuvo en la dolorosa Tercera Campaña al Alto Perú de Rondeau, que terminó en el desastre de Sipe-sipe del año 15.
Ya reunido con su Regimiento, el de Granaderos a Caballo, hizo el Cruce, y en Chacabuco se ganó su fama de corajudo, y su apodo de sableador.
Y aquí quisieramos hacer un comentario especial. El jinete no es jinete si no es por su caballo, y Miguel, tal el nombre del personaje que narramos, tuvo un alazán grandote, un Colorado que se hizo traer de los campos de su padre de un lugar que hoy llamamos Montegrande. El “Decano” se llamaba. Corajudo cómo el dueño, lo acompañó en la Campaña de Chile. Fue herido varias veces, pero sin sentir miedo al ruido de las balaceras y cañones, se metía en el fragor del combate, llevando siempre a su jinete a la victoria. Dicen que ya terminada la Campaña Libertadora, ya viejito y ciego, el Decano, que había ganado su jubilación después de tanta gloria, en los campos que lo habían visto nacer, allá por 1825, cuando escuchaba el sonido del clarín o alguien adrede con un silbido emulaba el silbar de las balas, las orejas del Decano se enderezaban y sus ojos ciegos buscaban sus recuerdos de batallas gloriosas…
Miguel también estuvo presente en Curapaligue, Gavilán y Talcahuano.
Su sable brillará en la aciaga noche de Cancha Rayada, cubriendo la retirada del Ejército Patrio, tajeando sin piedad a los realistas que perseguían a los vencidos. Y su acero será implacable en Maypo, el 5 de abril de 1818.
Por problemas de salud pedirá regresar a Buenos Aires. Ya restablecido, se inmiscuira en la lucha entre Federales y Unitarios.
Apoyo a Lavalle, y eso le valdrá la persecución del rosismo. Se refugiara en Montevideo, perseguido por Rosas, hasta la caída del Restaurador, en el 52.
Volverá a Buenos Aires, ese año de 1852, sólo para morir en diciembre, a los 58 años. Estaba casado con Dorotea Núñez y fue padre de un varón y una mujer.
Era el Teniente Coronel Miguel de los Santos Cajaraville, y hoy es el cumpleaños del valiente.
Nota: podrás encontrar su apellido escrito Cajaraville, Cajaravilla o Caxaraville.