
Tras las elecciones, el intendente de Coronel Rosales llamó a la población a “reflexionar”, adjudicando las obras a la Provincia y no a Nación. Pero detrás de ese discurso se esconde una gestión marcada por promesas incumplidas, servicios básicos deficitarios y obras que solo alcanzan a una minoría de vecinos.
Durante la campaña electoral, el jefe comunal prometió transformar a Rosales en una “ciudad modelo”. Sin embargo, a casi dos años de gestión, esa promesa no se ve reflejada en la vida diaria de los vecinos. Cloacas inconclusas, barrios con problemas de agua potable, basura sin resolver y servicios básicos al límite muestran una realidad muy distinta a la anunciada.
Es cierto que las dos tormentas que azotaron a la ciudad dejaron consecuencias graves y demandaron esfuerzos de recuperación. Nadie desconoce esa situación ni minimiza lo que significó volver a poner en pie a Rosales. Pero más allá de esa circunstancia excepcional, la gestión municipal no logra dar respuestas concretas a las necesidades estructurales de la comunidad.
Frente a su llamado a la reflexión, lo que se ausenta es la autocrítica. El intendente no reconoce que los resultados electorales desfavorables son una clara señal de descontento social y que deberían servirle para analizar qué fallas arrastra su propia gestión. Sin esa mirada hacia adentro, cualquier exhortación a la ciudadanía queda incompleta y carece de legitimidad.
Las obras exhibidas —como la iluminación de la senda de salud o mejoras en sectores puntuales— terminan beneficiando a un sector reducido, pero no resuelven los problemas de fondo que afectan al conjunto de la población. Presentar esas acciones como símbolo de gestión y al mismo tiempo llamar a la ciudadanía a reflexionar es, cuanto menos, una estrategia para correr el eje del debate.
Conclusión:
El intendente no solo esquiva responsabilidades al marcar la diferencia entre Nación y Provincia, sino que además pretende instalar un relato de obras que no alcanza a disimular las fallas más evidentes de su administración. Llamar a la reflexión en estas condiciones, sin asumir los errores propios ni hacer autocrítica tras una elección adversa, no es un gesto de liderazgo, sino un verdadero tupé político: exigir a la comunidad lo que él mismo no está dispuesto a aplicar en su propia gestión.