
El Salvador vivió durante décadas bajo el yugo de las pandillas, donde la violencia era parte del paisaje cotidiano. El presidente Nayib Bukele, con medidas tan polémicas como contundentes, logró revertir ese escenario y devolverle a su pueblo la posibilidad de vivir sin miedo. Hoy, en muchas calles salvadoreñas, la vida transcurre con una calma que parecía impensada hace apenas unos años.
En Argentina la situación no es la misma, pero la sensación de inseguridad crece día a día. Las tragedias recientes —como la pérdida de niñas inocentes a manos de delincuentes sin freno— ponen en evidencia que el crimen atraviesa todos los niveles de la sociedad y golpea en lo más sensible: la vida de los que recién empezaban a vivir.
La pregunta que surge es si estamos dispuestos, como sociedad y como Estado, a tomar medidas de fondo que enfrenten la delincuencia sin medias tintas. No se trata de copiar modelos, pero sí de reconocer que el “status quo” actual no funciona. La inseguridad no es solo un dato estadístico: es el miedo de los vecinos, el dolor de las familias y la impotencia de un país que parece acostumbrarse a vivir entre rejas y alarmas.
Bukele sostiene que la base de la transformación no solo está en la represión del delito, sino también en la educación. Evitar la deserción escolar y contener a los jóvenes dentro de un sistema que los prepare para el futuro, es una manera de alejarlos de las calles y, en consecuencia, del delito. En la Argentina, por el contrario, cada año miles de chicos abandonan la escuela, quedando expuestos a un presente sin rumbo y a un futuro incierto.
El cambio que necesitamos no es parcial ni sectorial: debe abarcar a toda la Argentina. No puede haber egoísmos partidarios ni revanchas electorales cuando lo que está en juego es la vida de cada hermano. Si bien cada provincia tiene su autonomía, la vida humana es única en todo el universo, y protegerla debería ser el punto de encuentro común entre todas las fuerzas políticas.
Por eso, este llamado es para todos, sin distinción de colores políticos. Acá no se discute ideología, se habla de vidas. Debemos dejar de lado el odio en las redes sociales que envenenan la mente de los más débiles y los empujan al error. Basta de alimentar la maldad. No naturalicemos la muerte. Busquemos vivir. Vivir en paz.