
En Punta Alta la escena se repite fin de semana tras fin de semana: ferias, showrooms y ventas directas en redes sociales que se multiplican como alternativa de subsistencia. Para muchos vecinos, es la única manera de generar ingresos sin enfrentar los altos costos de un local: alquileres cada vez más caros, habilitaciones complejas, servicios impagables y la carga de impuestos que no da respiro.
Del otro lado están los comercios tradicionales, que reclaman reglas claras. “Nosotros pagamos todo y nos exigen todo, mientras otros venden en la plaza sin control”, dicen. Y no les falta razón: la sensación de desigualdad se transforma en enojo, y una vez más parece instalarse esa lógica de pueblo contra pueblo, cuando en realidad todos buscan lo mismo: sobrevivir y progresar.
El desafío es encontrar un punto de equilibrio. Porque las ferias cumplen un rol social y económico: le dan espacio al que empieza, al que prueba un producto nuevo, al que aún no tiene espalda para abrir un local. Y los comercios, a su vez, sostienen el empleo formal, generan impuestos que vuelven en servicios y representan estabilidad para la comunidad.
La clave no está en prohibir ni en enfrentar, sino en construir puentes. Se pueden pensar ferias reguladas y ordenadas, donde cada emprendedor tenga una inscripción simple y mínima que le otorgue respaldo. A su vez, el municipio podría incentivar la articulación: que feriantes y comerciantes compartan eventos, promociones y hasta espacios físicos.
El comercio local no tiene que ver en el otro un enemigo, sino un aliado en la diversidad. Y el feriante no debe quedarse en la informalidad, sino encontrar un camino posible hacia la formalización, sin que eso lo ahogue desde el día uno.
En definitiva, Punta Alta necesita menos grietas y más soluciones creativas. Porque si algo demuestra esta realidad es que la comunidad quiere trabajar, producir y vender. Y allí está la oportunidad: no en destruir al que piensa o actúa distinto, sino en acompañar los procesos para que todos tengan un lugar.
Quizás ese sea el verdadero desafío: dejar de lado la mirada de confrontación y apostar a un modelo donde el vecino que hoy vende en una feria pueda ser mañana comerciante establecido, sin que eso signifique haber perdido la esencia de la cooperación.