
El reciente movimiento económico entre Estados Unidos y Argentina —un hecho sin precedentes donde el Tesoro norteamericano compró pesos y habilitó un swap de 20 mil millones de dólares— generó un aire de esperanza y estabilidad en medio de la incertidumbre.
Fue una señal clara de respaldo político y financiero al rumbo que impulsa Javier Milei: ordenar las cuentas, frenar la inflación y devolverle al país su credibilidad internacional.
Sin embargo, esa oportunidad histórica corre el riesgo de naufragar si la oposición insiste en mantener una postura de boicot permanente.
No se trata ya de una diferencia ideológica o de modelos económicos. Se trata de gobernabilidad.
Si Argentina no logra sostener una mínima coherencia política interna, ese “rescate” podría convertirse en otro intento fallido de confianza internacional.
Estados Unidos no compró pesos porque confíe en nuestra moneda, sino porque decidió apostar a una Argentina que quiere cambiar.
Pero si desde el propio sistema político se sabotea esa posibilidad, el mensaje hacia el mundo será claro: seguimos siendo un país ingobernable, incapaz de cuidar ni siquiera los gestos de quienes extienden la mano para ayudarnos.
El boicot no afecta a Milei: afecta a la Nación.
Afecta la estabilidad del país, la inversión, el empleo, la posibilidad de que las provincias respiren sin ahogo fiscal.
Cada bloqueo legislativo, cada paro político o judicial, cada maniobra para impedir reformas, erosiona la credibilidad que tanto cuesta construir.
Argentina tiene hoy una ventana abierta. Pequeña, frágil, pero real.
Si el sistema político no está a la altura, esa ventana se cerrará y volveremos a quedar a la intemperie.
Y entonces, cuando el mundo mire hacia otro lado, no servirá llorar por los dólares que no llegaron, ni por la confianza que otra vez supimos perder.
El momento de elegir no es mañana. Es ahora.
O elegimos ser parte de un proyecto de Nación, o seguimos siendo el país que siempre se sabotea a sí mismo.