
El pensamiento contradictorio
En la Argentina contemporánea, gran parte del discurso político —especialmente desde los sectores kirchneristas— se construye sobre la demonización del capitalismo, del “mercado” y de todo lo que huela a iniciativa privada.
Se habla del Estado como salvador y del empresario como enemigo.
Sin embargo, la misma sociedad que repite esos slogans consume productos, tecnología y cultura provenientes de países que prosperaron gracias al capitalismo moderno.
El espejo asiático
Corea del Sur, Taiwán y Singapur no se desarrollaron porque rechazaron el capitalismo, sino porque lo adaptaron a su realidad, con reglas, control y planificación estratégica.
Entendieron algo que en Argentina aún cuesta asimilar:
“El capitalismo no es el problema; el problema es la falta de ética y de orden que lo rodea.”
Estos países apostaron por:
La inversión privada como motor de crecimiento.
La educación técnica y la meritocracia como bases de igualdad real.
La competitividad internacional, no el encierro económico.
Y lo hicieron sin perder soberanía, sin entregarse a corporaciones extranjeras, sino usando el capitalismo a su favor.
La ironía argentina:
Mientras tanto, en Argentina
Se condena al “neoliberalismo”, pero se hacen colas para comprar iPhones, autos coreanos o televisores chinos.
Se grita contra “las multinacionales”, pero se depende de sus inversiones para producir y exportar.
Se exige “vivir con lo nuestro”, pero el país no produce ni las herramientas básicas de su propio consumo.
En definitiva, se repudia el sistema que nos da lo poco que aún funciona.
¿Qué hay detrás?
Detrás de esta contradicción no hay pensamiento, sino una manipulación emocional construida durante décadas.
El relato anti-capitalista fue útil para generar enemigos imaginarios, distraer de la corrupción estatal y justificar el fracaso económico.
Pero el ciudadano argentino común, en su vida diaria, vive, trabaja y consume dentro del capitalismo, aunque le hayan enseñado a odiarlo.
La verdad incómoda
El problema de Argentina no es el capitalismo, sino la anarquía institucional, la falta de educación económica y el populismo emocional.
El capitalismo sin valores puede ser cruel;
pero el populismo sin límites es directamente destructivo.
Mientras el kirchnerismo habla de “soberanía nacional”, Corea, Taiwán y Singapur —más pequeños, sin recursos naturales— la ejercen con poder económico real.
Nosotros, con toda nuestra riqueza, seguimos discutiendo si producir o repartir.
Reflexión final
“Los países que eligieron producir, hoy dirigen el mundo.
Los que eligieron culpar, aún buscan a quién echarle la culpa.”