
La visita del gobernador Axel Kicillof a Punta Alta dejó más interrogantes que certezas. En su paso por la ciudad, eligió recorrer un centro privado de atención a la discapacidad y la empresa Otamérica, dos lugares que, si bien cumplen roles relevantes dentro de la comunidad y la región, no tienen una vinculación directa con la gestión provincial.
El primer punto a observar es la elección del centro de discapacidad. Se trata de un espacio privado que brinda contención y atención a chicos con diferentes condiciones, lo que reviste un valor social incalculable. Sin embargo, la discapacidad en la provincia continúa siendo una deuda estructural, especialmente en lo que respecta a infraestructura pública, terapias, transporte adaptado y acompañamiento escolar.
Y aquí surge una observación que llama poderosamente la atención, como todo en Kicillof: su visita ocurre justo en medio de una fuerte controversia a nivel nacional por irregularidades y conflictos dentro del área de Discapacidad. Resulta, cuanto menos, oportuno que el gobernador elija mostrarse en una institución privada del sector justo ahora, cuando el tema ocupa la agenda pública.
La pregunta inevitable es: ¿por qué en seis años de gestión nunca intervino ni se interesó por esa misma institución? Esa ausencia de continuidad entre la palabra y la acción vuelve a dejar en evidencia un patrón: Kicillof aparece en la foto, pero no en la gestión.
El segundo punto llamativo fue su paso por Otamérica, una empresa privada del sector energético que representa una boca de expendio de crudo de relevancia regional. Su visita allí resulta, cuanto menos, curiosa: no existe relación directa entre la firma y la administración provincial. Ni se trata de una empresa estatal ni depende de políticas de producción o energía gestionadas desde la Provincia.
El hecho de que Kicillof elija este espacio podría responder a una estrategia de imagen: mostrarse junto a actores productivos para reforzar el discurso de “Estado presente en la producción”, aun cuando esa producción no esté bajo su órbita. Sin embargo, el gesto puede leerse también como una forma de apropiación simbólica de un logro ajeno, buscando proyectar una gestión más activa de lo que realmente es.
Pero el punto más sensible llegó cuando se lo consultó sobre los problemas estructurales que padecen los vecinos de Coronel Rosales: desbordes cloacales, pérdidas de agua y una red en constante deterioro bajo la órbita de ABSA. Ante esas preguntas, Kicillof eligió el silencio. En lugar de ofrecer respuestas concretas o compromisos reales, optó por criticar al gobierno nacional y a Javier Milei, desviando el foco hacia un discurso partidario que poco tiene que ver con las urgencias locales.
Mientras los vecinos conviven con calles anegadas, olores cloacales y cortes de agua que afectan la calidad de vida, el gobernador prefirió el terreno cómodo del enfrentamiento ideológico. Y ese silencio, en política, también comunica. Comunica desinterés, desconexión y una distancia preocupante con la realidad de los bonaerenses.
En definitiva, la visita de Kicillof a Punta Alta puede sintetizarse como un recorrido entre lo simbólico y lo evasivo: gestos que intentan mostrar cercanía, pero terminan exponiendo la falta de gestión.
Porque cuando la política se reduce a la foto y al discurso, los problemas siguen esperando soluciones.