
Próximo a su retiro luego de 35 años de servicio, el Suboficial Mayor Maquinista Diego Javier Romero es hoy el suboficial encargado de la Intendencia de la Base Naval Mar del Plata. Su carrera está signada por el compromiso y la vocación.
Mar del Plata – Diego Javier Romero nació hace 52 años en la ciudad de Córdoba siendo su mamá oriunda de esta provincia y su padre de Catamarca. Tiene 2 hermanas y es el único de la familia que eligió servir a la Patria desde el mar.
A los 15 años ya quiso ingresar a la Armada por una charla que dictaron en su colegio secundario, el Instituto “Justo José de Urquiza” del barrio General Pueyrredón de Córdoba, donde le presentaron a la Armada como una puerta al mar y al mundo.
En 1991, cuando tenía 16 años y con la autorización de sus padres, hizo su incorporación a la Escuela de Suboficiales de la Armada. “Lejos de la familia, hice el desarraigo de muy chico y en un ámbito estricto”, rememora.
Narra que se crió en el ambiente de la mecánica por su papá (mecánico vial) y fue lo que motivó la elección de su especialidad. De su padre heredó una vida nómade e inquieta, ya que por cuestiones laborales vivieron en Córdoba, Tucumán, Santa Fe y Salta.
“Soy un poco de cada provincia, aunque me siento de la ciudad de Punta Alta, partido bonaerense de Coronel Rosales, lugar en el que más tiempo viví y desarrollé mi carrera, donde construí mi casa en la localidad de Villa del Mar, y donde se encuentran hijos y nietos”.
Primeros pasos en la Armada
Ya en la Escuela de Suboficiales, cursó la especialidad de Máquinas Turbinas Navales y egresó como Cabo Segundo en 1994. Su primer destino fue la corbeta ARA “Drummond” que se encontraba en la Base Naval Puerto Belgrano donde realizó su primer embarco y salidas al exterior: hacia Haití -en el contexto del bloqueo naval establecido por el Consejo de Seguridad de la ONU- y a Brasil, participando de varios ejercicios navales multinacionales UNITAS.
En 1996 se casó con Beatriz y con ella tienen 3 hijos (Rodrigo de 30 años, Anahí de 25 y Celeste de 19) y son abuelos de 5 nietos. El mayor es enfermero y fueron las mujeres las que siguieron su camino: Anahí es Cabo Primero Furriel (administrativa naval) y Celeste ingresó como Marinera Técnica mientras estudia Enfermería.
Su segundo destino fue el destructor ARA “La Argentina”: “Siento orgullo de mi especialidad y la considero muy completa en cuanto a la técnica, de constante aprendizaje y con una función importante dentro de la unidad cuando sale a navegar, porque los maquinistas estamos preparados para solucionar cualquier problema en medio del mar; es una profesión muy linda y reconocida”.
En 2000 estuvo destinado en la lancha patrullera rápida ARA “Clorinda” hasta 2003; recuerda que llegaron a Ushuaia, Tierra del Fuego, con su segunda hija Anahí recién nacida. Al año siguiente regresó a Puerto Belgrano donde cursó su ascenso a suboficial y durante 2005-6 se desempeñó como instructor de la Compañía de Furrieles en la Escuela de Suboficiales.
“Lo mejor de mi carrera fueron los años de embarco”
De sus 35 años de servicio, 20 fueron embarcado. En el 2007 volvió al mar a bordo del destructor ARA “Sarandí” donde estuvo 6 años, el destino de mayor estadía en su carrera.
“La camaradería prima en un destino como el destructor donde la dotación del buque se convierte en tu familia; es algo muy nuestro que distingue al personal de la Armada. En cuanto a lo profesional, con la unidad participamos de ejercicios navales como UNITAS y FRATERNO. Lejos de casa, uno valora más a su país y lo que tiene”, destaca.
Volvió a Haití en 2011, esta vez como Casco Azul en la Misión de Mantenimiento de la Paz de Naciones Unidas donde interactuó con personal de Infantería de Marina, Ejército Argentino, Fuerza Aérea y Fuerzas extranjeras. La participación argentina en Haití se centró en tareas de estabilización, seguridad, apoyo humanitario y asistencia sanitaria.
En el 2013 estuvo en el transporte ARA “Bahía San Blas” que lo llevó a participar de otra Misión de Paz en Haití y más tarde de la Campaña Antártica de Verano (CAV) 2016/2017.
“La Antártida fue todo un desafío, mi primera vez en el continente blanco y como suboficial encargado del Departamento. La considero la mejor experiencia de trabajo en equipo y espíritu de cuerpo de mi carrera”, enfatiza y agrega: “En Máquinas se deben sortear grandes dificultades con los recursos que hay a bordo, por eso considero que nuestra especialidad es versátil y dinámica; además, la capacidad de conducción cumple un rol significativo”, agrega.
Ya con vasta experiencia en la especialidad fue instructor en la entonces Escuela de Técnicas y Tácticas Navales en 2018, donde transmitió su conocimiento y vocación, dejando huella en las futuras generaciones de marinos y maquinistas.
Dice: “La vida naval es muy buena, uno aprende mucho, incluso hoy, que transito los últimos años de mi carrera y siendo suboficial encargado de la Intendencia de Mar del Plata, sigo incorporando conocimientos sobre sistemas contables y abastecimiento. En la Intendencia, interactúo con otras especialidades y personal civil, el trabajo consiste en administrar víveres, vestimenta y combustible principalmente, para otras dependencias navales”.
Y destaca: “En cada destino uno reconoce y entiende el valor de cada cargo y tarea para que todo funcione correctamente; nada es menor o más importante que algo”.
El Suboficial Romero también reserva tiempo para el deporte y la actividad física, ha jugado al fútbol mucho tiempo, y hoy corre por la costanera marplatense porque asegura que: “Estar en forma es primordial para la carrera”. Beatriz lo sigue acompañando donde vaya, trabaja como auxiliar docente de la Escuela Nº 3, y con ellos se encuentra su hija Celeste.
En su última gestión en la Armada en la Intendencia, expresa aquello que lo mantuvo tantos años en la Institución: “La Armada guarda una particular forma de convivencia en el mar donde todo se comparte, a bordo el lema es siempre llevarse bien y dar lo mejor de cada uno; se sabe convivir”, y ese saber se traslada a otros destinos y ámbitos.
“Armada es fraternidad: existe un fuerte vínculo entre la gente de mar que la distingue, y se refleja en la gran familia naval que somos. Cuando vuelvo la mirada atrás y repaso todos estos años, veo muchos recuerdos, gente, lugares y experiencias maravillosas, difíciles de explicar porque hay que vivirlas”, se emociona.
Llegó el tiempo de disfrutar la vida junto a la familia y amigos, de aventurarse en otras actividades y cambiar la rutina. “El destino me dirá dónde terminaré viviendo, hace 4 años que resido en Mar del Plata, pero uno nunca sabe. Me voy contento, satisfecho, con el deber cumplido y sabiendo que entregué lo mejor de mí; y muy agradecido, con la Armada Argentina y mi familia que siempre me apoyó.”, concluye el Suboficial Mayor Diego Javier Romero.






